Autor: Ezequiel González

En 2011, Sonia Vallabh, una joven de 34 años, se enteró a través de un informe genético de que era portadora de una mutación genética. Dicha mutación, una única letra errónea de DNA en el gen de la proteína priónica, provoca el desarrollo de una enfermedad rara llamada insomnio familiar fatal, como ella misma aprendería más tarde.

Sonia y su marido, Eric Minikel, tomaron por aquel entonces la decisión de dejar sus carreras en derecho e ingeniería, respectivamente, para dedicarse en cuerpo y alma al estudio de la enfermedad y a la búsqueda de una terapia. Ambos esperan obtener el título de doctor (PhD) la próxima primavera, como parte de una historia que el The New Yorker tituló como “Una historia de amor y priones”.

A día de hoy, después de 7 años de investigación, ellos piensan que podrían haber encontrado un posible tratamiento para el insomnio familiar fatal. Como ellos mismos han explicado, se basa en una molécula antisentido, una especie de molécula de imagen especular que, si es capaz de llegar al cerebro, podría reducir en gran medida los niveles de proteína priónica. Esto, a su vez, podría ayudar a prevenir la reacción en cadena de malplegamiento de las proteínas que caracterizan a las enfermedades priónicas. Menos proteína, menos posibilidades de que enferme, como la propia Sonia afirma.

Hace un par de meses, Sonia y Eric anunciaron en su blog que están trabajando con un socio comercial, la compañía biotecnológica californiana Ionis, especializada en compuestos antisentido. “Por primera vez soy optimista sobre encontrar una estrategia terapéutica” escribió ella. Hay razones para pensar que este tipo de estrategias pueden llegar a dar en el clavo. Hoy en día se puede secuenciar de forma económica y rápida y, lo que es más importante, disponemos de un conjunto de tecnología prometedora que podrían solucionar estos defectos genéticos en su origen, como CRISPR, terapia génica y la propia tecnología basada en moléculas antisentido.

Sin embargo, además de los problemas comunes que conlleva la búsqueda de una terapia (toxicidad, eliminación del fármaco por el organismo, etc.), las terapias génicas para este tipo de enfermedades cerebrales tienen un problema adicional: cómo introducirlas en el cuerpo para que lleguen a miles de millones de células en el cerebro. La tecnología antisentido dio un paso de gigante el año paso, cuando un fármaco desarrollado por Ionis demostró ser sorprendentemente eficaz para el tratamiento de un trastorno neurológico infantil, la atrofia muscular espinal. Por ello, Sonia y Eric se pusieron en contacto con Ionis, que les proporcionó compuestos antisentido dirigidos contra el gen de la proteína priónica. Como recordaba Holly Kordasiewicz, jefa del departamento de neurociencia de Ionis, la compañía ha puesto todo de su parte para ayudar a Sonia y Eric en la búsqueda de una terapia contra esta enfermedad.

Ahora Sonia y Eric saben que su fármaco candidato protege parcialmente contra la enfermedad priónica en ratones, aumentando hasta un 70% la vida de los animales que han sido tratados. Por este motivo, lo que empezó como una colaboración académica, en las propias palabras de Kordasiewicz, se ha transformado en un proyecto “comercial” en Ionis, aunque sigue siendo a pequeña escala y se encuentra en las primeras etapas para aparecer en la lista de medicamentos en desarrollo de la compañía. “Lo que ha cambiado es que los datos ahora parecen lo suficientemente buenos como para pensar que podemos tener un medicamento en cinco años” afirma la propia compañía californiana.

Sonia espera que pueda ser incluso antes, ya que como ella misma explica y es consciente, su enfermedad podría dar la cara mañana mismo, o en treinta años. No hay forma alguna de predecirlo. El tratamiento para ella debe empezar antes de que se vea afectada por la enfermedad. El próximo reto de ambos es iniciar un ensayo clínico en pacientes con su fármaco antisentido. Esperan que la FDA de luz verde a una prueba de prevención en pacientes que portan la mutación. Dado que pueden pasar décadas hasta que la persona enferme (o no), dicho estudio se basaría en biomarcadores que indiquen, por ejemplo, una disminución de la proteína priónica en líquido cefalorraquídeo. Como la propia Sonia afirmó, ella se ofrecería voluntaria para tal estudio.